Samuel Greene Arnold, con el texto que habla de las Casas Rojas nos ubica en un tiempo y un lugar del que aún es necesario obtener un mapa y una imagen que nos está faltando por tanta irritación, bien a la argentina, bien divisora, de bocas que se llenan haciendo alusión a las grietas y otras podredumbres que no permiten que un país pueda ser una nación. Es la Buenos Aires de la década del 40 en el S XIX.
El Libro de Buenos Aires es una recopilación que, ahora lo sabemos, ha recibido críticas y elogios que no quisimos dejar pasar: Los puristas de la defensa del libro como fuente genuina de la propia creación del autor (entre ellos, el Oxford English Dictionary de 2005, que no tiene consideraciones con establecer una acepción para Plagiary y lo asocia directa y literalmente con el concepto de Ladrón) consideran que este tipo de trabajos apenas le dejan derecho al compilador a figurar en la penúltima página de la impresión, pero que su nombre no debería figurar en la tapa. En el mismo andarivel, Marcelo Zanotti entiende que la fiebre por ir a buscar el material creado por otros y llevarse el vanidoso placer de figurar, se terminaría de inmediato si una nueva ley de derechos de autor más una nueva ley de ediciones gráficas así lo reglamentara.
Definitivamente son muchos los volúmenes publicados a modo de compilación. El que nos ocupa hoy, tiene el mérito de pertenecer a la era anterior al desarrollo definitivo de internet. Fue editado en tiempos en que la web no había avanzado al punto de que cualquier tema pudiera tener una respuesta (aunque aún no alcance ni su grado de confiabilidad básico)
Las descripciones arquitectónicas de la Buenos Aires de antaño son algunas de las más buscadas por muchas personas que se devoran registros de todo origen para nuestra Ciudad. Por suerte, Alvaro Abós, un auténtico investigador, en El Libro de Buenos Aires encontró varias y la de Arnold, que leeremos a continuación, encima nos ubica maravillosamente en la realidad política de los tiempos de Juan Manuel de Rosas. Imperdible.
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Las casas son, en su mayor parte, de un piso, aunque muchas tienen dos y muy pocas tres; todas son de ladrillo revocado y pintadas de blanco, aunque algunos rosistas exagerados han pintado las suyas de rojo, el color federal. Los techos son chatos. Las casas se construyen con dos y a menudo tres patios, con piso de ladrillo y a veces de mármol: la piedra escasea en este país. No hay árboles por la ciudad. Las ventanas sobre la calle y los patios del frente están todos protegidos por verjas de hierro, para poder dejar aquéllas abiertas sin peligro con el tiempo caluroso. El clima de aquí es muy parecido al nuestro en verano, variable: hoy cálido y mañana frío, sujeto a repentinas y frecuentes tormentas. He visto el termómetro arriba de 90° y al día siguiente abajo de 70º *, pero en invierno es mucho más suave que el nuestro. El agua es muy mala, llena de insectos, provoca disenterías y puede beberse únicamente con vino; empero la gente de aquí no le da importancia y se sorprenden de que a mi no me gusten los insectos vivos que se mueven y flotan en el agua, La fruta es abundante: duraznos e higos y sandias especialmente; los duraznos son sabrosos cuando están maduros, pero generalmente se les recoge cuando están duros y no son buenos.
Hay aquí mucha pobreza, en las calles abundan los ciegos y toda clase de enfermos. Los mendigos tienen permiso del gobierno; el sábado es el único día que salen a pedir. Las principales enfermedades de este país son nerviosas y reumáticas; el tétano es muy frecuente, una ligera herida superficial a menudo lo provoca. Hay unos desórdenes nerviosos y una parálisis repentina que son un misterio, con dolores e inflamaciones en las articulaciones; todo desaparece como apareció, sin causa aparente, después de un corto tiempo. A esta clase de enfermedades las llaman “un aire”. Observé que el dolor de muelas es muy común en Brasil y también aquí.
* Grados Fahrenheit. Corresponden a nuestros 33° y 23°.
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